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el fuego, el mar, el niño es la segunda muestra individual de la artista en Galería NAC, luego de que en 2017 presentara Entrever. En este trabajo, Fontaine continúa una exploración material muy característica de su obra, en que los distintos elementos que constituyen sus imágenes van apareciendo, se van revelando; las capas de pintura encubren algo latente.

 

Ese contenido velado es central en la muestra, tanto el fuego, como el mar y los niños nos punzan, inconmensurables, dejamos de ser sujeto y parecemos ser objeto, objeto de una energía o potencia que nos desborda, que nos intriga. Lejos de lo anecdótico, de lo decible o de lo contingente, las obras que presenta la muestra buscan esa fascinación que está dada por la casualidad. En ellas, hay la sensación de un tiempo detenido, tienen algo de vestigio, algo de ruina; no son imágenes para su consumo, porque no representan ni informan; son imágenes opacas, en las que subyace algo que intenta empujarnos tanto como el fuego, el mar y los niños.

Texto por Tomás Fontecilla 

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Usar la pala para desenterrar palas (y con esas palas desenterrar nuevas palas).

 

I

 

El niño escarba en el muro de adobe y siente que rasca su piel. La uña, la gubia. Un agujero al lado del otro, unos pequeños, otros todavía más.

Mínimas concavidades como dedales, anillos de barro.

Una hermosa colección de profundidades.

La tierra es cruda, como cruda es la piel bajo la piel.

La caverna, el túnel.

Mientras mas entramos, menos vemos.

Es que eso es la profundidad. En lo geológico y en el pensamiento.

Intensa, acentuada, aguda insufrible.

Abismal.

 

II

 

La madre de Helga, Helga Erna en la Alemania de 1940, encontró entre escombros  cáscaras de huevo que con las yemas de sus dedos molió para luego mezclar con agua.

Pasta calcárea densa, casi yeso en una cuchara única, única y brillante.

Espejito espejito… Destello lumínico de un misil en tu recipiente espejado para frenar el hambre feroz y veloz.

“La supervivencia es compleja, como aún mas complejo es el hambre” me dijo.

Es doloroso pensar en el cuerpo algunas veces.

La madre de Helga se llamaba Ida, Ida.

Ida.

 

III

 

Piedra adictiva y comestible, pule y afila cada uno de mis dientes, empequeñécelos y blanquéalos, transfórmalos en delgadas conchas  anacaradas. Reales puntas de flecha.

Filosas, letales. Cordillera segunda madre.

Manos guayasaminescas, surcos de tierra seca. Cuentan sus días como contamos 10 con los 9 dedos.

Nairobi.

Texto por Diego Santa María 

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El Mar, el Fuego, el Niño

 

Que el oro provenga de la rudeza de piedras ásperas y opacas fascina.

La niña descubre el color escondido bajo el papel mural.

No todo lo que no brilla no es oro.

Cuál es la piedra, cuál el metal; qué esconde a qué.

Con instinto de minera, temple de alquimista y mano de niña, la Colomba materializa la sorpresa.

Los mundos que descubre una grieta, los mundos que encubre una piedra.

El experimento como resultado, el oficio como aparición, el material como fascinación.

 

La niña introduce su mano en la arena.

Desglosa piedritas e intenta asir los escurridizos reflejos dorados. Con un imán amalgama los elementos grises, que moldea y deshace.

La niña rasguña el banco de la plaza, la superficie de la tierra, la piel.

Con disciplina de geóloga y uña de niña, la Colomba recuerda la historicidad de la materia.

Ese antes que existe en cada cosa.

 

Emergen las superficies.

Superficies como nenúfares detenidos en el vacío, sostienen a su vez formas o casi formas. A la altura de la niña, irrumpen en el espacio estratificado.

Superficies como eventos. Latencia de una infinitud de capas y estratos.

La Colomba esculpe como excavando. Pinta como esculpiendo. Traza como iluminando. Dibuja desdibujando.

 

Azar, Hacer, Asir.

La materia es autora. La técnica es regresión, origen.

Monta y se desmonta, vuelve sobre sí misma, se anula a sí misma, entreteje el silencio.

Persistente y cadenciosa, da voz al azar y tacto al mirar.

 

Del mar al fuego, del fuego al mar. La Colomba explora la línea compartida entre los reflejos de luz y las huellas del mar en la arena; las ondas del agua y las capas geológicas.

Que es la misma línea.

Las réplicas son infinitas como las mareas.

Pero cada ola es única, cada llama, existe en un momento.

Las obras de la Colomba son capturas, instantes dentro de un movimiento que las antecede y que continúa, como una onda perpetua.

Su existencia es dramática y sutil.

 

Sorpresa y nobleza. Forma y descomposición. Caos y delicadeza. Juego y escrutinio. Historia natural y reacción química.

Ninguna obra es menos que una infinitud de cosas.

 

La Amparo Fontaine

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